11/25/2012

Me senté a esperar

Me senté a esperar tras la victoria, cuando estalló la fiesta y cuando empezó el jolgorio, cuando se repartió la cerveza, cuando los gritos y las risas se elevaron sobre las palabras moderadas.

Me senté a observar, con regocijo, cuando la emoción y la alegría colectiva unieron a todo el mundo en uno, cuando la mentalidad era común, cuando dejaron de haber muchos ruidos y todo se volvió un único alboroto, indiferenciado, alegre, creciente y resonante.


No, gracias, me sentaré a esperar. 

No me uní cuando el alboroto salió a la calle, cuando la celebración se enalteció todavía más.
 No me uní cuando fueron a enseñar su orgullo, a lucir su enseña ni a correr las calles, como si fuesen solo uno.

¿A dónde vais? A reír y a festejar, a beber y a cantar, a bailar y soñar. A aplastar a los vencidos.

Me senté a observar cuando desaparecieron todos los que no eran el uno, la masa, la sinrazón, el orgullo y lo propio, no me uní cuando las risas y los abucheos resonaron sobre los gritos, porque también había risas.


Cuando las risas comenzarn a tornarse macabras y los gritos salvajes, no me uní. Me senté a esperar.


Y cuando todos volvieron ya no eran uno, porque se habían quedado sin vencidos, sin alguien a quien enfrentar. Cuando las voces fueron bajando y las risas se calmaron, cuando la conversación volvió a imponerse sobre el jolgorio, cuando todos quisieron escucharse a sí mismos y no al ruido que hacían como uno solo, me quedé sentado, pensando, meditando y mirando, tomando notas, haciendo dibujos, silvando en bajito. Tanteé mi flauta de hueso, esa que nunca aprendí a tocar.


Cuando comenzaron a mirarse entre ellos, a susurrar a su hermano y gritarle a su vecino, cuando comenzaron a separarse, a dividirse y a odiarse, cuando degeneraron y se asomaron más allá de lo sensato al abismo, no me uní a ellos;les miré.


Y me senté a esperar.



Carlos Garrido

11/17/2012

Dama Blanca

"Las luces perdidas de los faroles se reflejaban en el empedrado mojado.

Olía a ozono, acababa de llover. Ella venía de aquel lugar, casi onírico, donde las ideas se sucedían a una velocidad temeraria, donde alumbraban a uno con indecibles maravillas solo para ser olvidadas al instante.

Allí siempre hacía poco que acababa de llover. A veces, incluso llovía, aunque realmente no había una gran diferencia.

Caminó, con lentitud, hasta la puerta del hogar. Cojeaba, y al llegar no tuvo que picar en la puerta; esta se abrió y ella cruzó el umbral. Al otro lado le esperaba una ancianita que vestía un hábito blanco. La anciana hizo una muestra para que pasase, y ella le concedió una justa reverencia. El dolor mordiente de la pierna se mostró y ella apretó los dientes.

La anciana sonrió.

-Es un detalle que me hayas esperado. Necesario, sin embargo.

-Nada es innecesario en la vida-replicó ella- y lo entenderás, quizá, demasiado tarde, cuando seas vieja como yo, cuando estés cansada como yo, y cuando necesites que otros te lleven...como yo.

-La juventud es propensa a la ignorancia, no te atormentes intentando enseñarme antes de tiempo; cuando llegue mi momento, llegará.

-A todos nos llega-concedió la anciana blanca.

-No lo olvido. Y sin embargo, has venido, com te digo, en vano, pues no voy a llevarte nunca más, a ningún sitio.

-De nuevo-replicó la anciana, esta vez con una mueca dura- es la ignorancia la que habla por tus labios, la que mueve tus manos y guía tus pasos. Es la ignorancia la que se cuela en tu mente y enturbia tus actos.

-Y así debe ser, pues soy joven aún-respondió la chica con no poca seguridad. La pierna, sin embargo, le dolía. Los cabellos canos le pesaban, el brazo le jugaba malas pasadas- así que te ruego que busques tu propio camino. Al cabo, no me necesitas, al igual que yo no te necesito a tí.

-Dices eso como si no hubieses pasado toda tu vida conmigo

-Lo digo porque he pasado toda mi vida contigo.

La anciana balanceó el peso de su cuerpo sobre una pierna y se apoyó en el delgado bastón. Sus cabellos también eran canos, y era igual de alta que la chica. Ella se apoyaba en la pared. Cruzaron las miradas durante unos instantes, y finalmente la anciana chistó de mala gana y la rodeó. Cruzó el umbral. Aquel que separaba aquel lugar conciso y cálido del turbulento lugar de las maravillas, de lo fugaz y del caos, donde el odio de la lluvia perpetua y la luz de los candiles se mezclaban con la calma de la noche y la oscuridad que todo lo engullía.

-Y sin embargo-objetó la anciana dirigiéndole una última mirada, cargada de desdén- me necesitas.

-No te necesito nunca más-respondió ella con un atisbo de furia ahogada en la voz-. Ni a tí, ni a nadie.

La anciana rió. Rió con ganas, desde lo más profundo de su ser, y antes de desvanecerse habló por última vez.

-Cuando dices eso, pequeña, no sabes lo paradójico que suena. Porque tu y yo, créeme, volveremos a encontrarnos. Más pronto de lo que crees.

La chica la miró con dureza y cerró la puerta sin decir nada. Y luego se derrumbó, contra la misma chapa del umbral, jadeando con esfuerzo. El tiempo pasó, aunque fue difícil calcular cuánto. Afuera seguía todo mojado, todo oscuro. La débil luz de los candiles titilaba.

- Buen viaje, Muerte-susurró la chica para sí misma-se que, donde estés me echarás de menos. Como yo te echo a tí...Y sin embargo, mira, mírame-le imploró a la oscuridad, donde nada habitaba más allá del vacío empedrado y las fugaces maravillas- cuando no encuentre el camino, tendré siempre un faro, una fuente de luz pura e indeleble, con tanta fuerza que hasta tú, estés donde estés, podrás verla. Y te diré "¿Mira que alto alcanza y que fuerte luce mi orgullo". He ido a salvar el mundo, y he vuelto sin apenas intentarlo, tras descubrir que tenía razón. Que siempre la tuve, y no se qué es lo que más me asusta. Y sin embargo no me rindo al camino fácil, aún lucho, sin saber con exactitud cómo ni por qué, lucho, lucho como un lobato asustado, como el fuego contra el viento, y mírame, crezco, crezco mientras muero.

>>Porque se que en algún momento nuestros caminos volverán a juntarse; siempre lo han hecho. Y sin embargo, cuando volvamos a vernos, cuando vengas a por mí, luciré con orgullo y romperé las tinieblas.

>>Porque no habré dejado de luchar. Nunca, bajo ninguna circunstancia. Y por eso no te necesito.


>>Ni a tí, ni a nadie-murmuró antes de desvanecerse por completo."


Los Ecos de la venganza
Carlos Garrido

11/11/2012

Carta expiatoria, por Halim Labrador

"He visto cosas que las mentes de muchos hombres serían incapaces de comprender. He recorrido el mundo, visto cosas diferentes, increíbles e incluso disparatadas. Pero solo es mi opinión. Quizá, para otras personas, mi forma de vivir podría considerarse disparatada. De hecho estoy seguro de ello, porque, creedme, para muchas personas, no tendría sentido buscar un lugar alto y alejado, y contemplarlo a la luz de la luna, no tendría sentido buscar en los ojos de la gente cuando se paran ante tí y balbucean con torpeza, no tendría sentido escabullirse entre la multitud de rostros vacíos, sabiendo que tienes un objetivo. Siempre hay un objetivo, aunque se trate de buscar uno. 

¿Os habéis fijado en esas expresiones de muerte en vida? Yo si, y soy el tipo de persona que no puede entenderlo. Aunque muchos me han negado el derecho no en pocas ocasiones de poder considerarme persona, probablemente en un torpe intento de ultrajarme, pero creedme, no podrían estar más lejos de cometer un disparate.

Ellos no podrían entenderme, no saben lo que es tomar parte en la acción, no saben lo que es el sacrificio personal, el avance y la progresión. Para ellos, sacrificarse es sufrir. 

Yo nunca sufro. Y sin embargo, he renunciado a tantas, tantas cosas que quería...pero se que siempre he tenido un objetivo. No voy a decir que haya vivido en pos de la justicia o el equilibrio; me he vendido siempre al mejor postor y he seguido mis propios criterios en cuanto a lo que era o no era justo o razonable.


Pero nunca he sido un rostro vacío, una de esas carcasas que deambulan bajo la luz del sol.

He visto pasear a esos orgullosos hombres, con sus armaduras y sus armas colgadas a la espalda, orgullosos de servir a su causa, pasando ante los pobres muertos de hambre que se amontonan contra las paredes en la calle o las  cloacas. 
Y no puedo entender cómo portan orgullosos esas insignias de guerra. Soy el tipo de persona que tampoco puede entender por qué los muertos de hambre se mueren de hambre antes que lanzarse sobre ellos; el no, al cabo, ya lo tienen. De antemano, porque la vida les ha dado una pierna que cojea o una enfermedad que se les come día a día. Y sin embargo se atienen a sus leyes, a sus principios morales, a sus creencias... Pero creedme, los que pueden, acuden a mí sin esperar respuesta en sus sagradas escrituras, sin guardar esperanza de que la ley se haga cumpliry sin que, ni siquiera por un momento, la sola idea de que la solución a sus problemas es el código moral que han establecido.

Eso nunca sucede, yo soy el tipo de persona al que acuden todos aquellos que pueden y no creen en lo que predican, porque antes veréis un caballo bailando que un legislador  haciendo leyes que no le convienen.

Soy el tipo de personas que ha visto gente dando las gracias de todo corazón, incluso cuando sé que algunos de ellos habrán olvidado todo en un par de días.

Del tipo que ha visto a personas clamar por su vida, gritar con el corazón, llorar, reír o clamar venganza.
He corrido por los tejados como una sombra y por las retorcidas callejas como una rata, y he visto personas siguiéndome los talones y fallando, como también he visto personas que han sabido sorprenderme de formas que jamás me hubiese esperado. Y si queréis saber la verdad, todo esto no cambia nada. Soy como soy. Incluso he intentado cambiar, llevar mi forma de ser a algo positivo, pero de nada sirve; he aprendido de los errores, pero eso no me ha hecho distinto. Solo más frío y más desconfiado, porque entiendo que hay muchas cosas que se escapan a mi conocimiento. Pero sigo saltando por los tejados como el señor de la noche y escabulléndome entre los desperdicios de las angostadas bocacalles, como si fuese un pordiosero. Tentando a la suerte, una y otra vez. Vendiéndome al mejor postor, si con eso me diferencio del mar de rostros. Controlando mi vida.

Y a pesar de todo, sigo sin entender cómo funciona todo en esta vida. Sigo sin entender por qué aún funciona todo lo que funciona. Me sorprendo, pero no penséis que me interesa. Lo acepto y lo admito, y vivo con ello. No necesito entender nada, porque al cabo, me asusta entender que hay una razón por la que se promueve la injusticia, la guerra y la diferencia. Porque me asusta que de repente pueda tener sentido ser una de esas personas privadas de sus ideas, de su iniciativa, me asusta dejar de ser una sombra, una rata, una maravilla en la superviviencia absurda, en el azar de la vida.

Al fin y al cabo, acepto la muerte como acepto la vida; a todos nos llegan ambas y no las temo...Pero si temo dejar de ser como soy. Dejar de ser quien soy.

Porque soy ese tipo de persona

Halim Labrador 
Jashad"


Los Ecos de la Venganza
Carlos Garrido

11/08/2012

La promesa del lago: poder

-Necesito más-exigió, más que pidió el hombre, plantado frente al estanque y sosteniendo una hoja platedeada, con el puño engarzado en joyas de todos los colores.

Al principio nada sucedió; se oían las gotas de agua caer desde las estalactitas, se oían los ruiditos traviesos de algún roedor alojado en la cueva, e incluso se oía el chapoteo sutil de algún bichejo en el agua.


Solo tras unos instantes que se le hicieron eternos, la calma del agua del estanque se rompió, y emergió la ninfa, con un rostro entre burlesco y divertido.


-¿Más?-preguntó, sin diligencias.


-Más-se limitó a responder él. Ella le observó con ojos felinos, y al final se aventuró a continuar su exposición- con la espada he retado y liberado al kaudillo del lugar. Ahora el pueblo es libre, pero el desorden campa a sus anchas, y yo solo no puedo hacer frente a todos aquellos que amenazan a las buenas gentes.


-Ya veo-asintió el hada, con seriedad en su rostro- sin embargo, has de entender que ya te he concedido un favor. Si consiento este, la deuda que has contraído conmigo, crecerá. ¿Lo entiendes? Veo que sí; has cambiado desde que viniste a verme por primera vez. Y admito que no esperaba volver a verte, ja. Qué alegrías nos da la vida. Porque te alegras de verme, ¿Verdad? No pongas esa cara, yo también me alegro.


-¿Que quieres más poder? Está bien, lo tendrás. Si estás dispuesto a pagar el precio.


-Dime lo que deseas, y será tuyo.


-Esa es la actitud-respondió el hada complacida, mientras su mirada se volvía más y más felina por momentos-Vuelve a casa, allí te espera todo lo que necesitas.


-¿Y el pago?-respondió el hombre sin titubear. La mujer supo que él se había estado preparando para ese momento


-Lo reclamaré la próxima vez que vuelvas a verme, si es que vuelves. Si no vuelves, puedes considerarlo un regalo.

-Pareces muy segura de que voy a volver-insistió el caballero, desconfiado.


-Volverás-le aseguró ella nuevamente.Al fin y al cabo eres como todos. Como todos los que han pasado antes por aquí, y los que aún, mientras el tiempo lo permita, tengan que pasar. Todos los que prueban el poder, siempre vuelven.


-Yo no soy todos-respondió él, herido en su orgullo-Yo estoy por encima de ellos. De todos ellos-añadió con énfasis-. Busco el bien común, de mi familia y de mis vecinos. He acudido aquí para poder ayudarles a todos ellos, y estaría dispuesto a sacrificarme si fuese necesaro. Eso y no otra cosa es lo que busco.


El hada le estudió durante unos momentos, observándole fijamente, sin pronunciar una sola palabra, como si realmente estuviese meditando sobre algo complicado in extremis.
Asintió, probablemente para sí misma, y finalmente se pronunció ante el hombrecillo que se alzaba ante ella.


-Y sin embargo-objetó, dibujando nuevamente una sonrisa pícara en sus finos labios de hada-, aquí estás. Conmigo, otra vez.


Carlos Garrido