1/26/2013

"El precio del silencio"

"El gordezuelo se encogió de hombros y se fue, y el albino continuó mirándole durante un rato, hasta que desapareció por entre los caseríos. Sólo entonces se giró hacia su pupila y le indicó con un gesto que soltase su pregunta.

-¿Por qué? - Quiso saber ella

-¿Por qué, qué?

-¿Por qué le has dejado irse sin pagar? No puede decir simplemente "el trato ha cambiado" y estafarnos de esa manera. Podrías haberle amenazado, o haberle dicho que con aquel su comportamiento no era mejor que las bestias que había mandado despachar para proteger a su ganado. Pero no le has dicho nada. ¿Por qué?

-Porque no es más que un pobre patán. Yo no necesito comer, Khae, y tú... Te vendrá bien pasar hambre de vez en cuando, hay que estar acostumbrado para todo lo que pueda venir. Viendo que no le importa estafar a un homre como yo y, sobre todo, a una pobre chica como tú, creo que no se merece que encima le hagamos nada. Es un pobre patán y lo demuestra, y sin duda alguna al tiempo se volverá en su contra, pues a menudo eso sucede con quienes se sienten más brillantes. No se merece nuestra hostilidad, quizá ni siquiera nuestro desprecio. Queda a juicio del tiempo, y por ello, toda palabra que digamos está de más. El tiempo es el único juez eterno y absoluto. Sólamente él seguirá ejerciendo cuando todos nos hayamos ido, pequeña.

Ella contempló a su maestro en silencio sin decir nada. Una ráfaga de viendo silbó por entre los caseríos y alborotó las largas melenas de su acompañante. A ella le recorrió un escalofrío.

-Además -continuó él- será entonces, cuando nos hayamos ido, cuando las personas que hemos conocido en vida digan muchas cosas sobre nosotros. Cosas que jamás nos dijeron antes, pero dará igual, porque entonces ya no podremos oírlas.

 >>Por eso es importante saber cuándo debes decir lo que piensas, y saber cuando debes simplemente no decir nada, cuando aceptar que el primer patán se encoja de hombros y se marche, sin más.  ¿Lo entiendes, pequeña?

-Lo entiendo, Ash. Y ahora vámonos; busquemos un pajar y echémonos. No quiero caminar con este viento y este frío.

-¿Es todo lo que tienes que decir respecto a esto?

-Es.

El maestro la miró con fijeza durante unos prolongados instantes. Luego se acercó, le alborotó los cabellos y echó a caminar con la chica detrás"


Los Ecos de la Venganza
Carlos Garrido

1/21/2013

"Yo también lloro a veces. Menos de lo que debiera, aunque más de lo que me gustaría"



Escuchó sus pasos desde el pasillo. Escuchó la puerta de la sala al abrirse con parsimonia, con un sonido que tanto podía resultar macabro como acojedor. A ella le inspiraba una mezcla de ambas sensaciones, si bien después de los últimos años le se había acostumbrado a aquel lugar.

-¿Cómo va la labor, pequeña? ¿Has terminado de resolver los problemas que te mandé?

La pequeña notó como su mentora apoyaba su mano en el hombro. Dulce y cariñosa, aunque firme y autoritaria. Aquella misma mano que le había enseñado a ser rápida y precisa, pero también discreta y sutil.

Ella miró el papel mojado y, aunque trató de reprimirlo, algo se le anudó en la garganta, se atragantó y rompió a llorar. Intentó que no sonase, que pasase inadvertido, pese a saber bien que aquello no sucedería.

Llevaba casi una hora derramando lágrimas sobre el mar de papeles que había sobre la mesa. No se había levantado a pasear, no se había tumbado en la cama, había estado allí, pensando e intentándolo, más angustiada cada vez.

La mayor reforzó su agarre sobre el hombro de la chica y le obligó a  girarse y mirarla, y se agachó hasta tenerla apenas a un palmo de su cara. Sus ojos eran grandes y hermosos, pero también silenciosos imponentes. Resultaba difícil saber qué sentía o qué iba a decir a continuación, y la tensión le ayudó a hacer enmudecer su llanto.

No dijo nada. Las dos muchachas se abrazaron en silencio y se mantuvieron así durante unos instantes.

-¿Por qué lloras, pequeña? -le increpó la mentora con dulzura - ¿No has podido resolver la tarea?

Ella hipó, la miró y asintió con lentitud.

-No te preocupes. Ven aquí, túmbate conmigo, y deja de hipar así tontita. Si quieres llorar, llora sin miedo... échalo todo. Yo también lloro a veces, ¿Sabes? LLoro más de lo que quisiera... Aunque menos de lo que debería. Dicen que llorar es una señal de humanidad, así que no te preocupes, no te avergüences por llorar... ven conmigo.

La muchacha se tumbó en la cama y se abrazó a su mentora. Aquella mujer a la que amaba y temía. Aquella mujer que, al abrazarla, también dejó fluir una lágrima por su mejilla.


El ciclo de Alira
Carlos Garrido

1/20/2013

Cocinitas para dummies: Sandwitchito "A la Gabi" (de salmón)

Buenos días : 3

Hoy vengo para compartir una "receta" que me ha recomendado una amiga ya hace unos días, y que particularmente ayer probé y me gustó mucho. Aclaro antes de nada que a mi me la indicaron utilizando además algo de tomate natural, pero como a mñi no me hace mucha gracia pues no lo he utilizado; explico cómo lo he hecho yo, que no tiene mucho aquel, y luego que cada uno cambie, ponga o quite lo que quiera : )


He utilizado 2 rebanadas de pan de molde, una loncha de salmón ahumado (de ese tan pringosito que vienen en bandejitas de cartón, envuelto en plástico y que chorrea por todos lados una vez abierto, aunque lo metas en un bunker (nota que puede parecer obvia: Una vez abierta la bandejita, envolver en algo antes de devolver a la nevera, y poner lo menos vertical posible). Un poco de queso de cabra suave (he cortrado 6 triangulitos, cubriendo cada pan con 3, con lonchas lo más finas posibles).

Preparación: se ponen las rebanadas en cualquier superficie que las soporte, y sobre cada una ponemos el queso que queramos utilizar, tratando de que no sea demasiado ni demasiado fuerte, a menos que nos gusten los sabores fuertes en cuyo caso recomiendo utilizar quesos fuertes (¿?).

Colocamos la loncha de salmón en una de las rebanadas y las juntamos lo más rápido posible, para que no se nos escurran los quesos. Luego lo aplastamos como si nos fuese la vida en ello (para intentar que los quesos no se caigan al darle la vuelta en la sartén) y pasamos a la sartén. Dejamos los panes tan doraditos como nos guste, y tratamos de hacerlo a feugo lento para que el queso tenga tiempo de fundirse, recordando que determinados quesos son bastante más difíciles de fundir. Si utilizáis uno especialmente difícil, podéis tratar de freir los panes primero, luego echar el queso fundido (habiéndolo fundido en un cazo o en microondas) y colocar el salmón, aunque es más peligroso porque hay más riesgo de pringarse entero y de que gotee por todos lados.


Dificultad: 0.8/5

Tiempo aproximado: 10-15 minutos (dependiendo de si utilizamos tranchetes o partimos el queso, principalmente) y unos 5-10 minutos extra si queremos fundir el queso por separado.

Información extra de dudosa fiabilidad:
El salmón es un pescado azul bastante grande, de forma que es bastante rico en proteínas y otros nutrientes, pero puede contener un nivel relativamente alto en metilmercurio, con lo que no se recomienda el abuso en embarazadas (creo que esto se aplica a todo el pescado azul de gran tamaño).

Por lo demás, el queso es un alimento alto en calorías y el pan pues es pan, lo hay de mil tipos y colores.


A mí me parece una alternativa al sandwitch tradicional de jamón york o pavo bastante sabrosa, puede que más sana (ni idea en realidad) y que desde luego es mucho más consistente, realmente se aprecia la textura del salmón a la hora de comerlo respecto a la blandicaca de los "clásicos", que a su vez están muy buenos también.


Espero que si no lo habíais probado os animéis y os guste, y si ya lo tomáis de vez en cuando pues nada, aprovecho que aún es Enero para felicitar el año :3

Feliz Año y gracias por leer.

Carlos garrido

1/15/2013

El Olor de la vida (III)

Cuando le alcancé la mochila me dio las gracias con la boca pequeña. Casi, casi me sorprendió, pero apenas un instante después el mundo volvía a girar en el sentido habitual: los mayores empujaban a los ancianos y a los pequeños, los pequeños dejaban caer las cosas en mal sitio y se paraban en el medio, y los ancianos tentaban a la suerte caminando mientras el bus seuía en marcha.

Casi estaba esperando el momento. Un frenazo, una abuelilla cayéndose, dos mayores que no la logran sujetar y una chiquilla lanzándose a sujetarla, salvando la situación. Maravilloso. Aquellas tonterías casi me devolvían la fé en la humanidad, casi. No me pasó por alto que en el instintivo gestom la chiquilla había dejado caer su bolsita y apenas si podía sujetar a la pobre abuela. Pude haberla ayudado, pero aquellas experiencias, aquellas pequeñas cosas, podían estar cargadas de peso y reflexión si uno las compartía solo consigo mismo. Al fin y al cabo, todos habíamos tenido quince años. Desde la frágil abuelilla a la pequeña chica que la sostenía. En un abrir y cerrar de ojos yo ya había hincado la rodilla y había recogido el bolso.

Cuando ya lo hubo recuperado y los ancianos volvieron a ser más o menos estables, entonces sí ví lo que esperaba. La chica estaba procesando lo que había ocurrido. Al principio solo de reojo, pero luego me miraba con abierta hostilidad. Por no haber ayudado, por haberme quedado mirando.

Sonreí, aunque sabía que ella podía interpretarlo como un reto, un gesto de mala educación.

Pero lo cierto es que sonreía por recordar como, cuando somos jóvenes, podemos pasar del más ingenuo reposo a la acción, el juicio y la opinión, en cuestión de un segundo.

Contemplé la agradable mezcolanza que había en el autobus, y ví como adultos se juntaban con niños y abuelos y todos se ignoraban mutuamente, se empujaban y se escabullían como malamente podían.

Lo cierto es que apestaba a humanidad, o quizá era un perfume embriagador, pero, en cualquier caso, fuera llovía.

Y yo ya había tenido mi dosis de realidad y humanidad. Ahora necesitaba la dosis de reposo y fantasía, mojarme un poco bajo la lluvia y quizá coger un resfriado.

 Fuera, en la calle, olía a libertad.


Carlos garrido

El Olor de la vida (II)

La chica pasó rozándome y por un momento sentí su olor a libros viejos y a cuero gastado.

Yo me agarré fuerte a la barra para que no me arrastrase, y continué apoyda contra la pared del autobús.

En mis cascos sonaba aquella canción nueva que acababa de salir, esa que sonaba en todos sitios, no era ni de lejos mi preferida, pero la verdad es que estaba bastante bien. Nadie más cruzó por delante durante un buen rato, de forma que pude ir bastante cómoda, para estar depié. Al pasar junto a la residencia, se subió un grpo de ancianos. La mayor me hizo agarrarme de nuevo a la barra. La señora caminaba con dificultad, y sus dos acompañantes, no mucho más jóvenes ni más ágiles la ayudaban como buenamente podían. Frente a mí se había apoyado un chico, vestido de negro, con camiseta saltona, calaveras y demás parafernalia. Era bastante más alto que yo, y a todas vistas también más mayor, y al principio me pareicó que contemplaba al grupo de ancianos con curiosidad, o quizá con ternura.

Una frenada brusca me sacó de mi ensimismamiento y de mi canción, y aunque instintivamente me agarré a la barra para no salir despedida, rápidamente vi a la anciana precipitándose al suelo.  La agarré como malamente pude,  por la cintura, flexionando las piernas y haciendo cuanta fuerza podía. Mi mochila resbaló y cayó al suelo, y al momento los dos acompañantes de la señora se habían incorporado y tomaron mi relevo. Olían a persona mayor. No me extrañó.

Una  mano amiga me tendió el saquito que usaba a modo de mochila para el instituto. En contraste, el chico que estaba frente a mí olía a fresco,a  fuerza y  juventud. Me tendió el saco con una sonrisa amiga, y la acepté con un agradecimiento sutil.

Solo después caí en que no había intentado recoger a la anciana. Le miré, y continuaba mirándome con aquella bontia sonrisa, con aquella mirada curiosa, y de repente sentí un ardor, sentí mucho enfado y le odié, sin quererlo, con mucha intensidad, solo durante un momento. Por su culpa, por culpa de la gente como él, que veía las cosas y no actuaba, el mundo iba como iba.

Cerré fuerte los puños y subí el volumen de la música. 

Y seguramente solo era una imaginación mía, porque él apenas la había sostenido un instante, pero diría que algo en mí, quizá la mochila, olía a fresco, a fuerza y a juventud.



Carlos Garrido

El olor de la vida (I)

El autobús iba agradablemente cargado. Esto es, iba cargado, pero aún se podía mantener uno vivo dentro, lo cual era, pese a todo, más de lo que se podía decir la mayoría de las mañanas de invierno ya entrado, y entre los olores de los pasajeros y la sofocante calefacción, casi podía uno ir agradablemente adormecido o narcotizado, de ahí lo de agradablemente cargado: ir  medio inconsciente siempre era mejor que ir muerto de frío.

Yo tenía toda mi atención en el móvil; un compañero de la universidad me contaba sus cosas, cuando de repente me sobresalté; muy, muy discretamente, quizá solo por dentro, pero que me sobresalté, no lo puedo negar. Al lado mío se había sentado una mujer. Olía a tabaco y a lejía. Lo demás, se podía preveer. A las 11 de la mañana no podía ir a trabajar; así que seguramente venía de limpiar en algún edificio para ir a otro, poque a las 11 de la mañana tampoco podía haber terminado de trabajar. El olor a lejía decía bastantes cosas, y su cara, aunque evité mirarla, también. Los matices hablaban por sí solos. El olor a cigarro decía incluso más.

Guardé el móvil, me alisé el vestido y aclaré la voz para pedir sitio: necesitaba estirar las piernas, y el resto del viaje bien podía hacerlo depié.

Aquel olor a vida, a realidad, era demasiado para mí. Demasiado intenso, demasiado cercano, demasiado hediondo, pese a que ni el tabaco ni la lejía olían tan mal.

De camino a la puerta me crucé con otra chica, más pequeña que yo, más linda, más ingénua. Ella olía a naranja.

Olía a fantasía y a ilusión.

Carlos Garrido


1/10/2013

Lo intenté, los dioses saben que lo intenté


"Puedo admitir que, pese a todo, me resultaba entretenido, casi emocionante, pasar junto al grupo de críticos y escuchas sus críticas... el trazo representa los traumas de la niñez del autor, los matices son exquisitos y recuerdan a épocas ya pasadas, la obra representa la angustia cosial del autor, enmarcada en el contexto actual que deriva de la presión a la que están sometidos los jóvenes que bla bla bla...

Yo no podía menos que reprimir una sonrisa pilla; aquella basura de lienzo pintarrajeado no me había tomado ni veinte minutos, que era seguramente menos tiempo del que llevaba escuchando a los críticos en la galería.

Cuando la tía Julia venía a verme en las fiestas nunca le llevaba a ninguna galería donde se expusiesen mis obras. Le llevaba a ver las galerías clásicas, y cuando se quedaba en casa dejaba a la vista las pinturas que había hecho antes de tener el arranque que tengo, que no eran más que paisajes, retratos, pinturas del parque, de la catedral... nada que ver con la basura que venía ahora a precio de lágrima de bebé.

Cuando ahorré para venir a la ciudad, juro que tenía intenciones de ganarme cada peseta que cayese en mi cartera, como el papa y tío Juán habían hecho. En el pueblo no había nadie que no tuviese un retrado el tío Juan, la niña en la comunión, la boda del hermano, el bautizo del nieto... la gente siempre quería uno de sus retraros, eran más sentidos que las fotografías, tenían más matices, y yo había ahorrado para venir a Barcelona con la misma intención. Quería hacer retratos, dibujos y pinturas, echar tardes enteras y noches con el lienzo a medias y dedicarle el trabajo y dedicación que merecían, y ganarme la vida con ello, y de hecho, lo intenté, los dioses saben que lo intenté, pero no sacaba ni para comer.

No fue hasta que reuní el valor y me tragué mis principios, que ahorré y expuse unos lienzos vilmente maltratados, más pintarrajeados a modo de mofa que pintados, y sorpresa, mi idea caló.

En menos de tres meses estaba ganando más dinero del que podía gastar, me mudé al piso nuevo y con el tiempo, disminuí notablemente las horas que dedicaba a mi amada vocación. Afortunadamente, mi manager - jamás pensé que pudiese tener utilidad tener uno - me encontró fiestas nocturnas para conocer a otros pintores, a los cuales nunca conocí, y a un montón de estirados que, como yo, tenían más dinero del que podían gastar. Qué digo, como yó, ¡Ellos tenían mucho más! Al fin y al cabo eran quienes pagaban por mis lienzos, ja. También conocí a muchas mujeres en estas fiestas. Mujeres más artificiales que las pinturas que yo utilizaba, pero que sabían distinguir un bolso real de uno de imitación. Por supuesto no sabían lo que significaban cosas como desarrollo sostenible, que todos predicaban siempre en el pueblo, ni sabían lo que eran muchas otras cosas de dominio común. Yo creo que en algún momento de sus vidas algo se rompió por dentro, no lo se, quizá por so triunfaron, o lo que sea que hicieran. Lo que estaba claro es que, en general, sabían reconocer artistas con talento, o en mi caso, con suerte, pues el talento lo había dejado atrás hacía ya, y también sabían divertirse, oh, y divertirme a mí, por supuesto que sabían, porque yo era un genio. No tan genial como el genio que había utilizado una cabeza de vaca amputada pero joder, era bastante genial, y de hecho, bah, para qué mostrar falsa humildad, supongo que lo soy. Al menos a ojos de los demás.

Yo, a la tía Julia le cuento que no me va mal,  le mando dinerillos y le hago ingresos en el banco, y cuando viene me quito de esta ropa rara y me visto de pueblo, como cuando llegué a la ciudad, comemos sopa o cocido, y conejo asado de ese que ella trae, lo que calentamos aquí en el micro, y cuando se va vuelvo a las cenas con comida de diseño, a ser chip, a triunfar y a integrarme en este mundillo que mueve tantas cosas.

En este mundillo que en algún momento peridó algo, o se rompió, o no quedó bien. En este mundillo que avanzó quizá demasiado rápido y que ahora está podrido.

Y mientras tanto miro a los críticos lucir su mejor criterio e intento no reírme, y solo espero que dentro de unos años, mi criterio no haya cambiado demasiado, y pueda retirarme a algún sitio tranquilo y disfrutar lo que me quede de vida, seguramente en el pueblo, con los de siempre. Y si no pasa esto, supongo que termine diciendo gilipolleces en una galería, vestido de raro y mientras trato de adivinar sin mucho éxito lo que un autor quería decir al hacer una obra, con la que seguramente se estuviese riendo de mí.

Y si pasa esto, tampoco me importará demasiado, porque habré cambiado, habré perdido algo, me habré roto y habré pasado a formar parte de este mundo, que se mueve quizá demasiado deprisa y que a muchos nos hace estar podridos"



Carlos Garrido


1/07/2013

Cocinitas para dummies I: Atún fritito con tomate

Buenas noches ^^

Pues hoy "inauguro" la etiqueta "Gastronomía y cocinitas para dummies", ya que por temporadas me han ido dando venadas de ponerme a rabilar con la cocina improvisando sobre recetas reales y por lo general salían buenos resultados (hasta el momento, repostería casi todos), así que no se, de si a alguin le interesa o cualquier cosa, pues compartir no cuesta na : 3


Así que el PLATO GROUMETTE DE HOY EEES.... Atúun fritito con tomate!!  (tiempo estimado: 4 minutos; bastante saludable, dificultaad 0.5/5 ,buen sabor si te gusta el atún)

Pues lo dicho, es un plato muy rápido, bastante sano y que no requiere nada de otro mundo; la panacea para los que somos unos vagos y nunca sabemos qué hacernos de cenar.

Preparación: Necesitamos una latita de atún; no de las grandes, pero tampoco de las pequeñitas; si solo tenemos de las pequeñas, entonces recomendaría usar dos, aunque va a gusto del consumidor. Podemos escurrirle un poco el aceite si tiene mucho o echarlo directamente en la sartén, que a su vez puede estar ya caliente o no. Si el atún venia en agua le echaremos un poquitito de aceite nosotros mismos. Lo tenemos hasta que nos parezca que empieza a tostar un poquito y a oler, que pueden ser 3 minutos o así, dependiendo de la sartén y el fuego. Recomiendo desmenuzarlo bien (conforme más hecho vaya estando, más fácil será de desmenuzar; puede ser una buena forma de ver cuándo está hecho).

Una vez que lo hayamos sacado le echamos tomate frito por encima, no hace falta demasiado, pero que sea suficiente para remezclarlo todo. Hacemos lo propio y ya nos lo podemos zampar. Tiene la ventaja frente a las tostas de atún (mi anterior medio de subsistencia) de que se puede comer sin pan, de que el tomatito es mucho menos calórico que la maionesa y de que al estar caliente empacha menos y entra mucho mejor.

Si ha quedado bien desmenuzado, al mezclarlo con el tomatito debería quedar muy jugoso, y eso es todo.

No prometo darle mucho uso a esta categoría, pero bueno, como ya comenté antes... Compartir es gratis.

Espero que a alguno le haya iluminado un poquitito y le haya recordado lo fácil que es a veces hacerse algo rápido y sano :3

Un saludo!

1/06/2013

"Y sonrió, poque había cumplido con su deber"


Ella no respondió a la puya, se mantuvo impertérrita, casi indiferente. Ni siquiera había reto en su mirada, ni rabia, ni desdén. 

-No-dijo tras unos instantes. Su palabra resonó en las pétreas paredes, recorrió las galerías congeladas del desvencijado fortín - Los demás se van, todos ellos.

-No. Los bárbaros se van, pero los asesinos, ellos han de pagar por lo que han hecho. Han de ver cómo caes rendida a mis pies, cómo al final, pierdes la vida entre agónicos suspiros, pidiendo piedad y llorando como la niña que eres. Han de ver como aceptas tu derrota y pereces, en el fracaso más absoluto.

La chica se tomó otra pausa antes de responder. Le dio la espalda a su interlocutor y observó, a su derecha, al enorme jefe bárbaro, aquel que había rendido sincera amistad a su maestro y a ella misma tiempo atrás. Aquel que la había apoyado en una idea más subrealista que utópica, y que le había ayudado a asimilar los principios de valor nobleza y justicia, cuando era aún solo una niña.

Luego se giró y contempló a sus amigos. Al veterano enano, aquel que había sido como un padre para ella. Al desarreglado asesino, que había sido una prueba viva de que todo cuanto les rodea, por férreo que exista, podía cambiar. Miró al joven aprendiz de hechicero, y deseó que hubiese traido su traje de invisibilidad; él era incluso más joven que ella. Sin duda demasiado joven para estar allí, para morir de una forma tan mediocre, para ser olvidado para siempre de aquella manera.


Se alegró de que no todos la hubiesen apoyado y hubiesen aceptado ir con ella. De que no hubiesen arriesgado su vida.

Volvió a mirar a los ojos al Capitán Forestal Jean D'Iffaal. En su mirada había algo. ¿Odio, impaciencia, triunfo? Quizá un poco de todo, un todo que le daba un brillo característico a sus duros ojos, a su ceño fruncido, a su aire arrogante.

Ella no pudo por menos que sentir un poco, solo un poquito de admiración.

-¿Fracaso? - replicó ella, con desdén, con lentitud. El rostro del hombre que empuñaba su espada cambió sutilmente, ella sonrió - Todos han visto la escoria que sois. Os han expulsado de la cuenca de Urriech,  habéis perdido el poder en el este frente a las bandas a las que solo unos meses atrás avasallávais y tachábais de delincuentes degenerados, y habéis desertado de las filas del Timonska, tan graciosamente apodado "el Clemente", abandonando a sus hombres a una muerte segura entre las gélidas nieves del norte. ¿Y dices que he fracasado? Créeme, todos morimos, antes o después. Si he de morir, y todo indica que así es, moriré realizada, y sola, pues el gran jefe bárbaro no es rehen más que a mis ojos; nada le debe a mis compañeros, y te aseguro que nada significa para ellos, y si se han abierto paso hasta aquí, no te quepa duda que pueden abrírselo hasta tus entrañas y volver a salir por encima de tus hombres, si aún queda alguno con valor para hacerles frente. Lo mismo puedo decir de nuestro jefe bárbaro; si rompes la palabra que le has hecho, no te quepa duda que él, y su escolta personal, darán su palabra por cumplida y aplastarán a tus hombres con sus propias manos, hasta llegar a tí. Así que el trato es el siguiente: todos ellos se van, yo me quedo. 

-No estás en posición de negociar- replicó el hombre que sostenia la espada.

-Yo creo que sí, aunque todo depende de si valoras más tu venganza personal que la vida de tus hombres. Tú decides.

Durante unos segundos el silencio fue lo único que se escuchó resonar en las pétreas paredes, en las gélidas galerias. Un lúgubre alarido, producto de las ráfagas que azotaban el exterior recorrió el desvencijado fortín. A más de uno se le erizaron los cabellos. Al capitán forestal no. Tampoco a la joven asesina.

Ella contempló su propia espada. Vista desde el lado opuesto al que solía ocupar, el aspecto era mucho más imponente; quizá menos magestuoso, pero sin duda más imponente.

Valoró cuántas veces la había empuñado, y cuantas vidas había perdonado, quizá por flaqueza, quizá por justicia, quizá por locura, por azar. Se planteó si realmente debió haber perdonado la vida del grifo de Amhul, de la bruja de Kripib, y de más de un patán, de los muchos que se habían cruzado en su camino a lo alrgo de los años. Y, paradójicamente, parecía ser que la vida que no perdonaría iba a ser la suya.

Ella contempló la hoja con solemnidad, con respeto y con calma. Las manos del capitán temblaban ligeramente. Ella sonrió. Le miró a los ojos y espiró, cuando él frunció el ceño.

Sonrió cuando retomó la empuñadura de la espada.

Sonrió cuando la espada hendió su pecho, cuando ahogó un grito, un dolor insufrible, producto de aquella hoja tan especial. Sintió como tiraba de su energía vital, cómo le robaba la vida.

Sonrió cuando su cuerpo perdió las fuerzas, cuando sus rodillas tocaron el suelo, mientras la hoja seguíua clavada en su pecho.

Porque todos morían, y ella había cumplido con su deber.




Los Ecos de la Venganza
Carlos Garrido

1/01/2013

"Algo termina, algo comienza" A. Sapkowski.

Y con esa cita me remito al año 2012. Puedo decir que estoy orgulloso, en general, de como he actuado, de las cosas que he querido cumplir y que, en general, he cumpliado. Que estoy quizá ligeramente decepcionado con los resultados, pero que desde el momento que me propuse hacer lo que pienso que debo, admití que no obtendría, ni de lejos, lo que quiero.

Así que muchos dicen "qué gran tipo" o "qué altruista" o alguna memez así. Nada más lejos de la realidad. Lo hago por orgullo. Un amigo me dijo una vez que le orgullo era una especie de pandemia, pero a mí me gusta servir a mi orgullo, hacer lo que creo que debo y quedarme a gusto sin tener que pensar en los remordimientos, la conciencia y demás basuras. Podéis llamarme egoísta, no os cortéis.

Ahora mismo vengo de la noche de Nochevieja, de una noche en la que, todo sea dicho, no tenía ninguna gana de salir, pero he salido porque es Nochevieja, porque he supuesto que me vendría bien. La verdad es que ha estado entretenido, pero no tengo ganas de repetirlo mañana. Hacia las 8 me he cansado y me he ido; vengo de desayunar mis churritos con chocolate, yo solo,en un restaurante, o algo así, de pensar en mis cosas.

Porque soy un orgulloso de mierda, podríais pensar, pero la verdad que me he ido porque estaba cansado, de muchas cosas, sin entrar en detalles ni abstracciones difusas, pero en general porque estaba cansado.

El orgullo, quizá, te impulsa a mirar a los demás por encima del hombro, pero para eso, has tenido que comportarte de una forma que tú mismo no criticarías, y tanto más "orgulloso de mierda" seas, más complejo se vuelve.


Me gusta como soy. Empiezo a dibujar algunos esbozos de propósito, para este año. He cumplido los del año pasado y los del anterior, y me llevan, de nuevo, a decir que estoy orgulloso de la persona en la que creo que me voy convirtiendo, para bien o para mal.

Y, pese a todo,  aunque pueda parecer profundo y complejo, os diré que de profundo no tiene una mierda; me he parado a mear en una esquina y me he echao gomina como cualquier cencerro de barrio, y desde luego que de complejo no tiene más que la complejidad que la gente le quiera adjuntar para excusar lo evidente de cuanto nos rodea, que a menudo es mucho.

Así que, sin especial ánimo de romper las ilusiones, los propósitos y los ideales en general de quien me lea, le diré que lo que me apetece ahora no es comer, ni bailar ni celebrar, ni pensar ni ayudar, ni huir, ni callar.

Estoy cansado, y lo que me apetce ahora es, más o menos, irme a dormir. Aunque sepa que me despertaré cansado, porque son muchas cosas. Pero si no fuesen tantas, pensad, no habría razón para levantarse y luchar.

Tenemos la suerte de que le mundo es absurdamente imperfecto, de que tenemos un "casi todo" que aún se puede arreglar.

Cada uno escoje si ayuda o no.

Y yo, mientras leeis todo esto, seguramene ya me habré ido a mimir.

Buenos días, y sober tofo, Feliz Año.

Y como siempre, gracias por leer.

Carlos Garrido