2/18/2013

La Promesa del lago: Venganza (III)

La Promesa del Lago: Libertad (I)
La Promesa del Lago: Poder (II)

El rugir de los relámpagos se hacía eco en la caverna al tiempo que las bestias del lugar hacían mutis. Llevaba días lloviendo y tronando, como si no hubiese mañana. Sin embargo lo había, y cómo, pues si bien cada día que pasaba parecía que la tormenta no podía ir a peor, con cada mañana quedaba demostrado el error de dicha afirmación. En definitiva, nadie en su sano juicio habría salido de su casa.

El hada se hallaba sumida en sus contemplaciones, o al menos así aparentaba estar, mientras peinaba sus sedosos cabellos, que parecían no tener fin en la caótica madeja que formaban bajo el agua.

Pese a todo, ella le ignoró premeditadamente, se deleitó haciéndole esperar, sintiendo la rabia y la impaciencia de aquel pobre hombre demasiado desesperado para mostrar coraje u orgullo, y solo cuando se hubo aburrido de aquel fingido drama se dio la vuelta y le dirigió sus palabras. Ni siquiera fingió sorpresa al verle frente a su estanque. Ni siquiera se preguntó que tal estaba: saltaba a la vista. 

Postrado frente a ella se hallaba aquel pobre miserable, llevando a la espalda una espada engarzada toda ella de diamantes rubíes y turquesas y una armadura labrada en lo que bien podría haber sido oro blanco, platino o cualquier metal de ensueño. En cualquier caso, ella misma se había asegurado de que dotase a su portador de una práctica invulnerabilidad. Suficiente para poder hacer frente a cualquier desorden, a imponerse sobre los caudillos locales, a enfrentar a los bandidos y a sofocar cualquier fuente de violencia. Sabía que, al cabo, era suficiente para poder permitir a un hombre alzarse sobre todos los demás, para permitirle declararse a sí mismo imbatible y para ser creído.

Lo suficiente para saber que, cualquiera con intención de herir a un hombre imbatible, habría ido a por aquello que más ama y por cuyo bienestar vela siempre que tiene ocasión.

Lo suficiente para demostrar que, cualquier hombre, por invencible que sea, tiene puntos débiles. Para demostrar que cualquier sabandija puede cometer auténticas atrocidades contra personas inocentes, solo para dañar a otros. Para hacer caer a aquellos hombres que se dicen invencibles.

-Así que has vuelto -dijo ella solamente, sin mirarle demasiado tiempo- y veo que no has traído tus ideales ni tu orgullo y que te postras aún sin haber logrado nada. Así que no perderé demasiado tiempo en preguntarte cosas que solo servirían para satisfacer mi curiosidad, y pasaré a preguntarte que es lo que deseas esta vez de mí.

El hombre arañó el suelo de la caverna con impotencia, la miró con fijeza y se atragantó, probablemente con nada en la garganta, salvo, quizá, su propia existencia. Y sin poder evitarlo rompió a llorar.

Ella esbozó una refinada sonrisa, y un relámpago resonó por toda la caverna.

-Pese a todo, se lo que quieres. Puedo ver en tí la desgracia y la tragedia, puedo ver un dolor sangrante que te zarandea con violencia, que te araña el alma y te devora las vísceras, un ardor que te sube por el pecho, te nubla la vista y te congela las manos y el sudor. Puedo ver todo eso en  tu mirada, humano. Y también sé lo que deseas. Porque todos, ¡Todos! -exclamó alzando la voz- deseáis exactamente lo mismo. Todos clamais la justicia cuando no la teneis, y cuando la tenéis clamais el poder para regirla a vuestra voluntad. ¿Por qué me miras así, acaso me equivoco? Se lo que deseas. Porque, cuando os dan al poder para regir la justicia olvidais aquello por lo que habéis comenzado a luchar. Y cuando os lo arrebatan, os dáis cuenta de que no os queda nada. Nada salvo un espacio que jamás podréis llenar, y salvo un dolor que os devora, un ardor que os consume y un dolor que os enloquece.

>Eso es lo que perseguís los humanos en vuestra loca paradoja de la justicia el poder y el amor. Y sin duda lo conseguís, créeme, te lo digo porque lo he visto muchas veces. Lo he visto en tí y en los que vinieron antes que tú, y aún puedo verlo en los que aún están por llegar. Y ahora, puedo darte lo que deseas. Esta vez, por supuesto, tendrá un precio, pero se que no tienes nada que perder, que aceptarás el precio sea cual sea. ¿No es así? -preguntó, más por deleite que por buscar una respuesta real.

Él se enjuagó las lágrimas y alzó la mirada, una mirada ahora firme y dura.

 -Sea cual sea -fueron sus únicas palabras.


Ella sonrió, en esta ocasión con abierta maldad. Con la maldad propia de aquellos que pueden controlar el destino de otros y lo saben, y de hecho deciden hacerlo para su propio regocijo. Esa misma maldad que experimentan aquellos que han luchado y han perdido, y han aceptado la derrota y la realidad.

Durante un breve instante, ambos sonrieron de la misma manera.

-Sea pues -sentenció el hada del lago- se ejecutará una venganza contra aquellos que te han robado tu amor. Será una venganza sonada, terrible y dolorosa. Se contarán historias sobre ella aún durante mucho tiempo y solo cuando haya cerca un candil que aleje la oscuridad. ¿Es eso lo que deseas, verdad?

-¿Acaso es eso lo que han deseado todos los que vinieron antes que yo?

-Ni más ni menos -respondió ella con un tono que no dejaba lugar a dudas.

-Entonces sea así.

En esta ocasión solo ella sonrió. Él notó como el peso de su promesa, de todas las promesas que tenía pendientes caía sobre él. Hincó la rodilla y se contrajo, apenas sin dolor. Sintió como un frío inhumano recorría su cuerpo, como una fina capa de escarcha crecía sobre él.

Y supo que le aguardaba un largo, largo descanso, para cumplir con un último propósito, y finalmente unirse a la corte del Hada del Lago,como tantos hicieron antes que él. Como tantos otros harían después.

Solo lamentó no poder estar allí para ver cumplida su venganza.


Carlos Garrido